jueves, 18 de junio de 2009

A NOSOTROS LOS POETAS


A nosotros los poetas nos duelen los fantasmas; podemos, por ejemplo, percibir cuando un beso se quiebra, que al igual que un cristalito es imposible restaurar.
Somos osados y trémulos, vulnerables por las cuatro costillas, y, tan sólo, enfrentamos el mundo con biromes y teclas, o un abrazo incendiado de palomas y silbos. Tímidos hasta el tuétano intentamos la lucha cotidiana en fábricas y patios, en alcobas y puentes, en aulas y pasillos, apenas sostenidos por la sombra de un pelo.
Desde niños lloramos por todos los rincones, con lágrimas tensas y pesadas, porque el día nos acuchilla el cuerpo y el corazón nos late a contrapecho, a contramarcha, destemplado de sístoles y diástoles, porque el mundo nos cuesta y conmociona, y no nos gusta el hambre ni la tosca navaja, ni el ominoso espanto ausente de caricias.
También, solemos despabilar la risa en los inviernos y cubrirla de leños y porfías, teñirla con asombros y quimeras, con escotes y bailes, con brumas y ventanas, con dudas y sospechas, con poros en la espalda y hendijas en el muro.
Valoramos el hueco de una taza, a la noche en toda su extensión y, a veces, hasta nos morimos de viejos o de pena.
No estamos aptos para la guerra ni para ser funcionarios municipales, somos sospechosos de todo cargo y toda duda, siempre nos cabe la duda y un lugarcito para lo imposible, para la intemperie y para las cornisas.
A cada rato nos acecha un abismo y un fuelle nos respira salvándonos del pánico, del dogo y las promesas.
A nosotros los poetas, segundo tras segundo, la vida nos lastima -al igual que la muerte- pero nunca nunca nos pasará de largo.

LUCIANO ORTEGA

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