jueves, 18 de junio de 2009
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Rema que rema,
remero,
mirando tu propio remo.
Que no se tuerza tu vista
por mirar otros remeros
como sostienen sus remos.
Tu remo,
sólo tu remo,
remando en la mar intensa.
Rema que rema,
remero,
mirando tu propio remo.
Todo, todo,
todo lo tengo adentro mío;
el baile,
las bailarinas,
la fragua...
Y ha de salir por mi boca
como un fuego de guitarra.
Guitarras, vuelen guitarras
con sus cuerdas hechizadas,
con el gitano lamento
escondido en la madera,
con noches de luna abierta
y la sangre derramada.
Adentro lo llevo todo,
todo, todo,
todo...
Hay ciertos talismanes que yo guardo en un bolsillo existencial -desordenadamente por supuesto-. Ellos me salen al encuentro cuando menos lo espero; a rescatarme, a desarmarme pesadumbres, a embriagarme con sus encantamientos. Una canción, un poema arrugado, oxidado por el tiempo, con formatos antiguos y difusos, o enredados en los rulos de una libreta de apuntes.
Mis talismanes no tienen valor en el mercado y habrán de sobrevivirme al igual que mi sombra, pero quizás nadie los encuentre; o lo que es peor, los ignoren. Suelen lamerme la espalda como perros mimosos. Se meten en mis sueños para defenderme de las pesadillas, en la vigilia me protegen de la burocracia y de los delatores.
Mis talismanes son trémulos e inútiles, se cuelan por mis agujeros y pasean desfachatadamente por la sangre de mis ensueños, sin importarles lo efímero, ni plantearse la eternidad de los sucesos, ni el hastío, ni el deterioro que ocasionan las polillas y las pulgas, ni el amarillo que sucede al blanco inmaculado, ni lo negro del caos, ni el absoluto, ni el azul -que no es azul- que promueven las ventanas y los cielos. Ellos, mis talismanes, simplemente se mueven y me amparan desde una fina orilla, al borde de las cornisas y las nubes.
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