miércoles, 17 de junio de 2009

COSA DE NIÑOS


Qué el niño renazca mientras el cuerpo dure,
qué sus ensueños no dejen de embriagar,
qué no haya apuro
-que nada vale la pena el paso urgente-

Qué apenas sea el juego
después de tanta senda,
de tanto ceño augusto
y compromiso.

Lo eterno está en el ocio,
en la cuerda que viaja en la madera
-la nota detenida en pleno movimiento-

La obsesión no está en lo efímero,
la ineluctable arruga de la parca,
sino en el niño ausente que nadie resucita,
que no comprende el pánico
de perseguir segundos,
que acelera la vida y la desbanda.

La lluvia se detiene y la mañana avanza,
de la boca del disco renace la guitarra,
el músico no ha muerto,
se ha quedado en el canto,
en su pena perenne,
en su silbo lejano,
en este hueso mío que ha vuelto del naufragio,

Insiste la guitarra
y yo dejo que caiga aquí en mi pecho,
que la voz del flamenco me envuelva la retina,
me emborrache la sangre.

Y bailo con mi sombra
apretado en el tiempo.

Desde el cuadrante llama
el relojero terco,
pero una nota leve
me devuelve a la fuga,

y yo desaparezco
con palmas y gitanos.

LUCIANO ORTEGA

¿QUÉ SABEN?


¿Qué saben de mis quimeras
esas nubes que se arrastran,
y qué mis bolsillos rotos
sin una nota gastada?

Caramelero del sueño
que te quedaste en la infancia

¿Qué sabes de mis poemas
o de mis pasos que avanzan,
de la timidez del día,
de la muerte agazapada,
del aguacero completo
y de mis sábanas blancas?

LUCIANO ORTEGA

CON APENAS LO PUESTO


Yo habito mi sendero
-apenas un pasillo-
y se del laberinto y del redondo cerco.

Sin embargo camino por esta cuerda floja
disfrutando este apenas andar en equilibrio,
con el abismo abajo
y la raíz al silbo.

Yo se de mis enojos
-del fuelle en el rezongo-;
pero se de esta danza
que intento en las esquinas.

Por eso
esta insistencia en medio del relincho,
por eso es el repecho con apenas lo puesto,
con el desnudo hueso
y mi pecho en el día.

Yo hurgo en el espejo el rostro de mi rostro,
la fuerza de la tierra que reclama mi ombligo,
este cosmos de adentro,
esta mirada mía que viene desde el útero,
que ha mamado la herida
y ha tajeado la huella de caminar su fuego,
que ha trizado su rumbo y ha conocido el cepo,
la vida en el racimo
y la piedra en la cara como un castigo terco.

Apenas soy mi sombra
-esta que hacen mis huesos-,
este viento en el rostro,
este olfato con lengua,
esta nariz con diente
que mastica el aroma
y se funde en el riesgo.

Apenas soy un silbo,
un tumbo en la vereda,
una suela gastada caminando en la siesta.

Soy sólo este que habito,
este que se resiste y sigue vivo,
este canto sin piso,
esta urgencia en las calles,
este tango sin fuelle
y este poema abierto que sigo persiguiendo.

Apenas soy la sangre
que hoy me toca y que pueblo,
esta ciudad tan terca
con su espalda y cemento,
que no me da guarida,
que no abriga a sus hijos;
pero que está en mi tiempo
y con él yo la piso.
la siento en mis zapatos,
en el hosco semáforo con rojo en la calzada,
en cada madrugada que despierta conmigo.

Yo se que apenas tengo
la desnudez que incendio,
el fuego hasta que agote la vela de mi trino

-que un día como a todos
me albergará la muerte-

que soy desde lo anónimo
un grito en la intemperie,
una hoja en la tarde
que arrastra la tormenta.

Y en medio de este loco enredo de segundos
siento latir mis venas,
golpear mi corazón
-tajo y sendero-

y que soy ciudadano
del día que se escapa;

y que se va conmigo,
surcándome de arrugas
hasta volverme polvo.

LUCIANO ORTEGA